”’Pues Israel me ha abandonado y convirtió este valle en un lugar de maldad. La gente quema incienso a dioses ajenos, ídolos nunca antes conocidos por esta generación”. Jeremías 19:4
Cosas que suceden cuando abandonamos la presencia de Dios.
- Todo creyente habita en un valle.
Un valle es una llanura que se ubica entre montañas o zonas altas y suele tener un curso fluvial.
No hay duda de que desde que llegamos a Jesús nuestra vida pasa a habitar en valles rodeados de protección de Dios donde sus montañas son la cobertura y bendición de Dios. “Como Jerusalén tiene montes alrededor de ella, así Jehová está alrededor de su pueblo Desde ahora y para siempre” (Salmos 125:2)
En ese valle espiritual no solo hay protección, también hay recurso inagotable para toda necesidad de nuestra vida, donde nunca habrá escasez de aguas frescas. “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” ( S. Juan 7:38)
En dicho valle no solo estamos rodeados y protegidos, sino que tenemos todo lo necesario para vencer el pecado y este mundo de maldad. Y todo es su presencia. “Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso” (Éxodo 33:14)
Cuando dejamos la presencia de Dios, ese lugar de seguridad y provisión, por nuestra propia decisión, lo destruimos convirtiéndolo en un lugar de maldad, donde su presencia ya no será mí muro. “Yo seré para ella, dice Jehová, muro de fuego en derredor, y para gloria estaré en medio de ella” (Zacarías 2:5), más bien ahora el pecado me rodeará y se enseñorea de mí. Serás aceptado si haces lo correcto, pero si te niegas a hacer lo correcto, entonces, ¡ten cuidado! “El pecado está a la puerta, al acecho y ansioso por controlarte”. (Génesis 4:7) llevando a una vida practicante de toda maldad y por ende en destrucción personal y de mí entorno.
Cuando dejamos la presencia de Dios nos encontraremos adorando otros dioses; el dios del dinero, del afán, el dios del yo. Seremos dioses de nosotros mismos, autocomplaciéndonos, queriendo controlar nuestro yo y lo que nos rodea.
Que necios somos, pues no podemos ni controlar el aliento de vida en nosotros mismos. Nadie puede retener su espíritu y evitar que se marche. “Nadie tiene el poder de impedir el día de su muerte. No hay forma de escapar de esa cita obligatoria: esa batalla oscura. Y al enfrentarse con la muerte” (Eclesiastés 8:8), adorando al dios mundo y todo lo que en él hay, su vanagloria, los deseos de los ojos y todo deseo de vida terrenal.
Alejarse de la presencia de Dios es destruir años de construcción de la vida misma.
Es dejar el lugar de tranquilidad y bendición por lugares de maldad que tendrán como resultado soledad destrucción y muerte.
No podemos olvidar lo que dijo el salmista; “Me mostrará la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre” (Salmos 16:11).
Nada puede comprarse a vivir en la presencia de Dios, donde sea, en ese valle delicioso que me de seguridad y paz y todo aquello que necesite para vivir en este mundo tan difícil. Habitar en su presencia la mejor casa donde vivir, no la dejes.